Ecdisis

Publicado

Se lee en

3–5 minutos

La primavera ha sido más dura de lo que esperaba. Los cambios no han parado en los dos últimos meses. Nos hemos comprado una casa y nos hemos vuelto a mudar. La tercera mudanza en un año. Siento que ya apenas me afectan las mudanzas. Ni física ni emocionalmente. Aunque reconozco que es maravilloso tener por fin un sitio para cada cosa y una cosa para cada sitio. Entre tanto, he trabajado mucho con un solo cliente con el que llevo dos años y no he cogido trabajos nuevos. Más bien, me han contactado y no he sabido convencerles para que me contratasen. No les culpo, yo misma no me contrataría en estos momentos. Sigo sin verme capaz de empezar nuevos proyectos. A veces pienso que nunca voy a poder conseguir de nuevo un ritmo de trabajo ágil que me permita coger más proyectos. Yo sí que necesito plantearme seriamente mi nueva normalidad. Hace cosa de un mes me contactaron para un proyecto interesante, con sede en París y que abarcaba toda Francia. Un proyecto cultural, una especie de agenda de eventos relacionados con arte, literatura y espectáculos. Una maravilla. Hablé con la persona que lo llevaba y según me iba preguntando sobre mi trayectoria y sobre mi trabajo, yo me deshinchaba cada vez más. La distancia con lo que me estaban contando no se medía solo en kilómetros. Qué lejos me queda todo aquello. Qué difícil conectar. Y qué contrariedad sentir que, algo que ha sido tan importante en mi vida, ahora se presenta como un planteamiento ajeno y lejano.

Cambiar de casa es la parte fácil. Una mueve sus objetos y los recoloca donde quepan y ya está. Cada cosa en su lugar. Y poco a poco, cada lugar se irá completando con nuevas cosas. Pero mudarse de verdad, hay que hacerlo como las serpientes, dejando la piel atrás. Y que se desintegre. Cambiar las escamas por otras de mayor tamaño. Ese proceso es la ecdisis. Yo no sé si las serpientes tienen memoria para recordar que tuvieron otras pieles. Supongo que no. Y según el día, esa hipótesis me parece una suerte enorme o una inmensa desgracia.

El proceso de descomposición de la piel que dejamos por el camino es lento. Al principio hay una resistencia a los efectos ambientales, una inercia que la hace intentar mantenerse intacta. Luego la transformación se acelera y al poco se vuelve a estancar. Fases de idealización y rechazo hasta llegar a la aceptación. La aceptación de que al final, todo da lo mismo. Tendremos otro aspecto, nos moveremos en otros espacios, seremos otras personas. Y seguiremos mudando tantas veces como sea necesario hasta que no nos queden capas de las que desprendernos y tengamos que desintegrarnos por completo.

Esta lentitud y este dejar atrás las vidas que ya fueron se me hace imposible con la tecnología. Servidores enormes diseminados por todo mundo recogen cada recuerdo, cada pensamiento plasmado en un doc, cada imagen vivida y captada por cualquier dispositivo. Un trastero de la memoria en el que las cajas se abren solas sin que prácticamente nunca decidamos cuándo y cómo. Prefiero imaginarme más guapa, más delgada y más feliz de lo que realmente era hace 10 años. Yo viviría mejor sin que Facebook me recordase que hace 12 años solté una chorrada al viento, redactada con gerundios, o que Instagram me diga que hace 4, mi hija pequeña era una bebé rolliza y yo una madre sin arrugas ni canas. No necesito tener tan presente mi pasado reciente. No es bueno para mí y no me interesa. No quiero seguir en grupos de whatsapp o newsletters que me hablen de planes en un Madrid que ya no conozco, ni de viajes que ya no podré hacer ni ropa que ya no necesito. Y sin embargo, a ver quién se atreve a romper con todo eso. A desaparecer de verdad. A cerrar las cuentas y dejar tanto pasado en un limbo ciberespacial en el que no se sabe muy bien qué pasa. ¿Y si luego pierdo la cuenta?¿Y si luego quiero volver y no puedo?¿Y si se me olvida la contraseña y no puedo recuperarla? La tecnología siempre recoge la capa de la que queremos desprendernos y sale corriendo detrás de nosotras. «Oye, perdona, que te habías dejado esto». Y a cargar con ello hasta la próxima esquina en la que soltarlo. Qué maja, la tecnología. Quién carajo le dio permiso para controlar mis biorritmos. – Perdona, fuiste tú, cuando le diste al checkbox para aceptar la política de privacidad. – Ah, ya. Pues vaya mierda.

Deja un comentario

SObre mí

Mi trabajo me obliga a observar y a analizar los comportamientos de las personas. Ver, oír y anotar. Normalmente, lo hago hacia fuera. Este blog nace como resultado de hacerlo hacia adentro.

Al día

Tal vez, algún día, escriba una newsletter. Si te ha gustado lo que has leído, déjame tu email y te cuento más cosas.